Ficción, Música

Silencio

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¿Qué hacer?
¿Cómo decirle?
Sí. Quería dejarla, eso lo sabía, pero… ¿Cómo se lo diría a ella?
Decidió ir al departamento de su todavía novia para recoger las cosas que había desperdigado allí durante su breve relación. ¿Cuánto tiempo había pasado?
En el camino planeó llevarse sus cosas y dejarle las llaves al encargado, así evitaría ese incómodo momento de despedida y reproches.

Llegó al departamento, apoyó las llaves en la mesa del comedor y abrió su mochila. Comenzó a recoger aquellos objetos que delataban su existencia en ese espacio que no era el suyo. Un par de medias del tendedero, una camisa y dos remeras del segundo cajón del placard. Su cepillo de dientes y medio tubo de crema de afeitar del baño. Una de sus guitarras de la habitación y dos o tres libros de la mesa ratona. Solo le faltaban sus discos, pero decidió dejarlos. A ella le gustaban y él podía volver a comprarlos. Mientras le daba un último vistazo a la habitación, lo vio sobre la mesita de luz, impunemente abierto. Si bien él sabía de la existencia de ese diario íntimo, ella jamás se lo había mostrado. La tentación de saber qué habría escrito sobre él en esas páginas fue mucho más fuerte que su sentido de la ética. Lo tomó y comenzó a leer a partir de la última página escrita: «Esta mañana desperté en sus brazos y supe que eso es la felicidad. Amo todo de él. Es tan bello, su pelo suave y tupido, sus manos de dedos largos, sus ojos oscuros y profundos y esa sonrisa amplia y maravillosa que me hace tan feliz. Escribo esto para no extrañarlo tanto cuando no estoy con él. Lo amo y cada hora es eterna e inútil hasta que vuelvo a sus besos».

Cerró el diario de un golpe y se sentó sobre la cama. Sintió como una ola de emociones lo golpeaba y lo dejaba ahí sentado y confundido. Primero sonrió con sorpresa, sabía que ella lo quería pero no imaginó que tanto. Se sintió alagado pero enseguida recordó porqué estaba ahí y sintió vergüenza de sus intenciones. Entonces llegó la angustia ¿qué hacer? ¿cómo decirle?

Decidió que no podía ser tan cobarde. Se puso de pie y se dirigió a la biblioteca, tomó un libro al azar y se sentó a leer para esperarla. Dos horas más tarde ella llegaría de trabajar. Abriría la puerta, lo vería ahí sentado y sonreiría feliz con la sorpresa.
Él no sonreiría.
Ella lo notaría serio y daría un vistazo al departamento que sería suficiente para notar que las cosas de su chico ya no estaban y que su mochila y guitarra estaban junto a la puerta de entrada.
Él observaría en silencio.
Ella se daría cuenta de lo que estaba pasando, cerraría los ojos y una lágrima correría por su mejilla.
Él suspiraría y ensayaría una explicación llena de vacíos, entrecortada, culpable e hiriente.
Ella lo escucharía en silencio.
Él tomaría sus cosas y se iría cerrando la puerta.
Ella se dejaría caer sobre la cama como preludio a una noche de llanto con esta canción en loop.

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