Ficción, Música

Tabla Ouija

 

Sin título

“Ouija Board, Ouija Board would you help me…” La voz de Morrissey lo despertó, eran las cinco y media de la mañana. Pensó en qué harían sus vecinos escuchando a Moz a esa hora y a ese volumen hasta que, un poco más despierto, notó que se había quedado dormido con la compu prendida. Su lista de Itunes estaba reproduciendo todo lo correspondiente a la letra “M” gracias a su orden alfabético. Reflexionó un rato acerca de la arbitrariedad de ese orden que podía pegar en una escucha a Bartok con Bananarama, a los Beatles con Beethoven, a Purcell con Pink Floyd. Concluyó que si bien este orden es bastante útil, tal vez más tarde intentaría agrupar su basta discoteca digital de alguna otra forma.

 

“S.T.E.V.E.N…” ese deletreo al final de la canción de Morrissey lo devolvió a la realidad. Estaba sentado en su cama, a oscuras, vestido, escuchando una canción sobre espíritus. Un relámpago echó luz a su habitación por un instante. Recordó su propia experiencia con una tabla Ouija. Tenía 16 años y sus padres no estaban en casa, invitó a sus amigos y pasaron la noche escuchando música y saqueando el bar doméstico en cantidades moderadas para evitar que su padre notara la falta de alguna bebida, sólo sacaban un poco de cada botella. Licores de chocolate, de menta, de huevo, anís, vodka, 2 o 3 whiskys de distintas marcas y años de barril, un gin.

 

Fue Carlos quién le preguntó si no tenía una Ouija, él lo miró sorprendido “no”, dijo sin atinar a más. Carlos no se desanimó, tomó el cuaderno de matemáticas del escritorio de su anfitrión y comenzó a escribir el alfabeto completo dejando dos cuadraditos entre letra y letra, separó las letras cortando el papel con una regla y las ubicó en círculo sobre la mesa. Tomó un vaso limpio del bar y les pidió a todos que se acercaran. Sus amigos, entre nerviosos y entusiasmados, pusieron cada uno un dedo sobre el vaso. Se vio haciendo lo mismo, la situación no le dejaba opción.

 

¿Cuántos años habían pasado de aquello? No quería hacer cuentas pero apenas podía entender como ese suceso al que no le dio importancia en su momento todavía lo persiguiera. El espíritu que acudió esa noche no había quedado en su casa, como amenazaba la leyenda, se había alojado en su interior. Lo guardaba en lo más profundo, ahí donde anidan las preguntas sin responder de la infancia. Como el destino de su amiga. ¿Qué había pasado con Rosa? Nunca supo si la intención final de Carlos había sido la de intentar contactarla y así responder ese misterio que los había silenciado desde niños.

 

Rosa era la más callada y aplicada de la clase, la favorita de los profes. Nadie se hubiera imaginado que podría escaparse de su casa y aparecer muerta en el páramo por accidente (como les habían dicho). Nadie contestó cuando preguntó a las maestras y a sus propios padres si la renuncia y mudanza del director del colegio tenían algo que ver con la suerte que había corrido Rosa. El barrio entero estaba trastocado, aunque les dijeran que nada pasaba, que fue un accidente, que Rosa tuvo mala estrella, lo cierto es que durante todo ese año nunca estuvieron solos en la calle, se turnaban entre vecinos para llevarlos o buscarlos del colegio, todos los adultos se ponían nerviosos si alguno de sus amigos se escapaba al kiosco con el vuelto del almuerzo.

 

La pregunta por Rosa volvió con toda su intensidad reprimida en esa mañana de tormenta. Se estremeció. Gotas de sudor frío en la frente y un vacío en el estómago. Él nunca soportó la incertidumbre y ese conocimiento de si mismo le hizo saber que no podría volver a dormir. Conjeturó si esa duda enterrada en su corazón lo habría llevado a ser escritor. Luego de una ducha y un café probaría suerte en la biblioteca del Congreso. Tal vez los diarios de la época le dieran alguna pista sobre aquello que le había pasado a la niña. Tal vez así sosegaría su espíritu.

 

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Música

La Tierra De Los Sueños

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Tengo la teoría de que la música llega cuando la necesitás. No importa si creciste con una banda sonando en la radio, tal vez nunca le prestaste demasiada atención hasta que algo te hizo sentido. Me pasó con Virus, con Soda/Cerati y con ellos. Los Beatles me ayudaron a atravesar la adolescencia. Morrissey y Marr me hicieron creer que el escribir podía ser algo más que cuadernos acumulados en cajones bajo llave. Tengo una lista llena de canciones para momentos difíciles, mi SOS playlist. Hace casi dos años mi vida se derrumbó por completo y ninguna de ellas me servía. Pasé meses sin música, un año de terapia y me di cuenta que tenía que reconstruirme de alguna manera, reinventarme para sobrevivir y tratar de ser lo mejor posible para los míos. Necesité música. Un poco por mi novio y otro poco por Johnny Marr, encaré una escucha integral de discografía en Spotify y descubrí la que desde entonces es la banda sonora de mi reconstrucción personal. Tenía que ser algo nuevo para mí y que al mismo tiempo conectara con mi infancia. Porque para mi generación Always On My Mind es un tema de ellos. La de Elvis es el cover (intenten escucharla sin extrañar los teclados). Tenía que ser lo suficientemente profunda para encontrarle sentido (porque la felicidad acrítica nunca fue lo mío), pegarla justo ahí donde flaquea New Order (que de todos modos es la otra gran banda que me acompaña en este proceso). Synth pop e historias. Buenas historias. ¿Y cómo no me voy a identificar con una que habla de citar canciones, yo que todo lo digo con música?
Afortunadamente, tengo mucho para escribir sobre Neil Tennant y Chris Lowe, mucho más de lo que abarca el BUE, Super o este comentario. This is my kind of music.
“La vida es mucho más simple cuando sos joven”. Necesitamos que el arte sea lo suficientemente fantástico para estimularte a imaginar otro mundo posible y lo suficientemente concreto para ayudarte a lidiar con la realidad. Eso son “Los Pibes”. El sábado a la noche fueron casi dos horas bailando A PESAR de que el mundo sea un lugar hostil. Casi como resistencia vital. Hay que bailar.

The Music will never fade away.

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Ficción, Música

Silencio

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¿Qué hacer?
¿Cómo decirle?
Sí. Quería dejarla, eso lo sabía, pero… ¿Cómo se lo diría a ella?
Decidió ir al departamento de su todavía novia para recoger las cosas que había desperdigado allí durante su breve relación. ¿Cuánto tiempo había pasado?
En el camino planeó llevarse sus cosas y dejarle las llaves al encargado, así evitaría ese incómodo momento de despedida y reproches.

Llegó al departamento, apoyó las llaves en la mesa del comedor y abrió su mochila. Comenzó a recoger aquellos objetos que delataban su existencia en ese espacio que no era el suyo. Un par de medias del tendedero, una camisa y dos remeras del segundo cajón del placard. Su cepillo de dientes y medio tubo de crema de afeitar del baño. Una de sus guitarras de la habitación y dos o tres libros de la mesa ratona. Solo le faltaban sus discos, pero decidió dejarlos. A ella le gustaban y él podía volver a comprarlos. Mientras le daba un último vistazo a la habitación, lo vio sobre la mesita de luz, impunemente abierto. Si bien él sabía de la existencia de ese diario íntimo, ella jamás se lo había mostrado. La tentación de saber qué habría escrito sobre él en esas páginas fue mucho más fuerte que su sentido de la ética. Lo tomó y comenzó a leer a partir de la última página escrita: «Esta mañana desperté en sus brazos y supe que eso es la felicidad. Amo todo de él. Es tan bello, su pelo suave y tupido, sus manos de dedos largos, sus ojos oscuros y profundos y esa sonrisa amplia y maravillosa que me hace tan feliz. Escribo esto para no extrañarlo tanto cuando no estoy con él. Lo amo y cada hora es eterna e inútil hasta que vuelvo a sus besos».

Cerró el diario de un golpe y se sentó sobre la cama. Sintió como una ola de emociones lo golpeaba y lo dejaba ahí sentado y confundido. Primero sonrió con sorpresa, sabía que ella lo quería pero no imaginó que tanto. Se sintió alagado pero enseguida recordó porqué estaba ahí y sintió vergüenza de sus intenciones. Entonces llegó la angustia ¿qué hacer? ¿cómo decirle?

Decidió que no podía ser tan cobarde. Se puso de pie y se dirigió a la biblioteca, tomó un libro al azar y se sentó a leer para esperarla. Dos horas más tarde ella llegaría de trabajar. Abriría la puerta, lo vería ahí sentado y sonreiría feliz con la sorpresa.
Él no sonreiría.
Ella lo notaría serio y daría un vistazo al departamento que sería suficiente para notar que las cosas de su chico ya no estaban y que su mochila y guitarra estaban junto a la puerta de entrada.
Él observaría en silencio.
Ella se daría cuenta de lo que estaba pasando, cerraría los ojos y una lágrima correría por su mejilla.
Él suspiraría y ensayaría una explicación llena de vacíos, entrecortada, culpable e hiriente.
Ella lo escucharía en silencio.
Él tomaría sus cosas y se iría cerrando la puerta.
Ella se dejaría caer sobre la cama como preludio a una noche de llanto con esta canción en loop.

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Ficción, Música

Nightlife

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El trabajo en el estudio venía a un ritmo aceptable. Pasamos toda la tarde puliendo una canción que cualquier crítico de revista calificaría como dreampop. Es suave y melancólica. Juega con la suspensión del espacio-tiempo durante sus cinco minutos de existencia sonora. A esta altura sé muy bien que los vicios adquiridos durante mis años de editor no me abandonarán jamás. Tiendo a sobre-analizar todo lo que hacemos y suelo escribir en mi cabeza las posibles reseñas de nuestra obra. Para bien o para mal, rara vez me equivoco en lo que será la línea general de comentarios y preguntas relacionadas en las cada vez más repetitivas entrevistas que nos hacen. Esa es seguro la peor parte de esto. Mis pensamientos comenzaron a salir de mi boca sin que me diera cuenta, hasta que la voz de mi compañero me despabiló:

  • ¿Qué?
  • Emmm, nada… ¿Vamos a cenar?

Durante la cena discutimos qué dirección darle al nuevo disco, siempre trabajamos en dos líneas y según la predominante, vamos a un lado u otro, pero en este caso estamos empatados y, a la vez, esas líneas van paralelas y sería extraño forzarlas en una única dirección. En esto estábamos de acuerdo. Lo que no podíamos vislumbrar era qué haríamos entonces con cada recorrido posible. En otras épocas podría haber sido una cara para cada una: la A festiva, la B, melancólica. Algo como Bowie hizo con Low. Pero eso, ¿tenía sentido en la era digital?

Decidimos salir a caminar para despejarnos. La noche no era muy fría y siempre nos gustó disfrutar de la ciudad y su vida nocturna que se respira en las calles, más allá de que uno salga o no. Las confiterías están llenas, los bares de las esquinas acumulan gente, los autos pasan como un día de semana a hora pico, pero la gente está alegre en contraposición a los matutinos zombies que se desplazan por estas mismas calles a trabajar. Luego de deambular un rato sin un rumbo preestablecido, pasamos por un bar de karaoke, nos miramos y supimos que ese sería nuestro plan. Entramos y nos ubicamos en una mesa cerca de la puerta y, aunque lejos, de frente al escenario en el que una pareja se divertía haciendo un dúo. Ella pretendía ser Dusty más en actitud que en voz y él murmuraba sus líneas tratando de leer una pantalla con la letra que pasaba demasiado rápido. Al terminar, ella saluda como una diva de los 60, él se baja rápido mirando sus propios pies.

 

Una chica toma el micrófono mientras selecciona un hit de los 80, ella tiene el pelo largo y tanto maquillaje como Boy George en esa época. También tiene una voz lírica que disimula de a ratos en los graves. La sigue una de sus amigas que arrastra a otra del brazo, haciendo que tropiece con los escalones al escenario y termine contra las sillas de atrás. La borrachera que ya tienen todas no les da más margen que para reírse. Arranca un tema sobre chicas a las que les gustan los chicos que sean chicas y así. Lo cantan las tres a los gritos.

 

Apenas bajan del escenario como pueden, se sube otro trío, parecen hermanos, dos chicas y un chico que discuten un rato sobre qué cantar. Gana un hit del primer disco de una banda de Minnesota que dos de los hermanos cantan a dúo mientras la tercera hace una coreografía simulando tocar un violín. Luego, el chico se queda en el escenario y llama a sus amigos que suben con un porrón de cerveza cada uno, salvo uno de gorrita y pañuelo que trae dos. Le da uno al amigo que los convocó desde el estrado y los siete saltan cual hooligans con el micrófono en el medio. Reconocí la base del tema pero no hubo melodía posible a cargo de esa banda de forajidos, quienes se las arreglaron para convencer al encargado del lugar que los deje hacer un tema más antes de cerrar. Mi compañero seguía toda la escena riendo a carcajadas desde la impunidad que nos daba la penumbra de nuestra mesa. Apenas empezó la pista, nos miramos y decidimos tomar un último gin tonic en la barra para no perdernos el final del show. La versión de otro clásico de los 80 fue tan desastrosa como divertida.

Al salir, caminamos tarareando nosotros también:

  • If I can’t have you…
  • I don’t want nobody, baby…
  • If I can’t have you…
  • Woo oh oh oh wooh…
  • If I can’t have you…
  • ¡Tengo una idea! ¡Volvamos al estudio!

Sé que una vez allí grabamos algo, pero no recuerdo el proceso por culpa del alcohol. A la mañana siguiente, al escuchar ese track creado bajo la energía de una salida nocturna, resolvimos nuestros dilemas de la velada anterior y supimos que ese tema nos abriría un nuevo camino en nuestra carrera.

 

 

 

 

 

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Ficción, Música

Quiero un perro

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Llegó al estudio fuera de sí. Agitado, mirando para todos lados como si buscara algo que no existía más que en su ansiedad. Lo había visto muchas veces así, herido en su visión de lo que debemos ser y representar.  Últimamente, su paciencia estaba a punto de agotarse.

Estaba tan nervioso que no me dijo nada. Ni un “hola”. El vinilo que traía entre sus manos -porque lo sujetaba fuerte con ambas manos, como si pesara mucho más que los 180 gramos estándar-  se le cayó un par de veces antes que lograra ponerlo a girar en la bandeja. Creí que rompería todo, pero él es cuidadoso con las cosas aún en ese estado. Finalmente, puso el disco a andar y me miró por primera vez desde su llegada. Sus ojos buscaban respuestas en mí pero yo ignoraba las preguntas que tanto lo atormentaban. Sin decir nada, decidí esperar a que rompa su mutismo desesperado.

-Es el nuevo single. Lo escuché en la radio mientras me preparaba para venir, pasé a comprarlo… ¡Hijos de puta!

-¿Qué pasa…?

-¡Pasa que lo hicieron de nuevo! Siempre se nos adelantan así… dura más de 8 minutos y samplearon de todo, hasta ranas.

-¿Ranas?

-Sí, escuchá… ¿Qué vamos a hacer ahora?

 

Dejamos de habar y seguimos escuchando el tema con parcial atención. Él, sumido en una lucha interna contra lo inevitable. Yo, consciente de que debía calmarlo de alguna forma. Miré mis notas tratando de encontrar algo que pudiera contentarlo. Recordé que hacía unas semanas atrás había grabado los ladridos de mi perro. No pensaba usarlos, los grabé casi por un impulso ¿o fue intuición? Tomé una de las bases que venía bocetando y el sample de mi Yorkshire. Los surcos del vinilo se habían acabado y el brazo de la bandeja se suspendió en el aire. El silencio ahogaba a mi compañero. Se había quedado mirando fijamente la portada del single, buscando pistas. Me adelanté a su desesperación:

-Tengo una idea.

-¿En serio…?

-Sí y también quiero un té. A vos te vendría bien uno, ya que estamos.

-Bueno… ¿Preparo té para los dos?

-Sí, por favor, mientras yo armo esto.

 

Se dirigió cabizbajo y dubitativo a la cocina, preso de un silencio que era sólo físico. En su cabeza una catarata de preguntas y reproches lo volvían incapaz de pensar en algo útil. Eso lo enojaba aún más. Me concentré en mi trabajo.

Cuando volvió con la bandeja que contenía el juego de té, igual de silencioso y abrumado que cuando se retiró, me dediqué a mostrarle mi idea con tranquilidad. Escuchó con atención, poniéndole pausa a sus demonios y queriendo tomar de un trago el contenido de su taza, algo que la temperatura de la bebida le impidió hacer. Cuando terminé mi boceto me miró un largo rato. Bajó la vista despacio y sin decir palabra alguna tomó su libreta de notas. Lo esperé en silencio disfrutando mi té mientras él escribía.

-Ok, es algo. Veamos cómo queda todo junto.

Ensayó una letra sobre tener un perro que lo espere en casa y un estribillo que reflexiona sobre la soledad.  Quedó un demo algo crudo pero aceptable. Y aunque tuviera destino de lado B, él por fin se quedó tranquilo y me sonrió. Supe que estaba todo bien así que me animé a reírme de sus nervios, él rió también. Más relajados ya, volvimos a trabajar en ese cover que sería nuestro próximo single.

 

 

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Ficción, Música, Relato en serie

Perfumes

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Las 11 horas de avión fueron agotadoras, pero el rumor de que él se alojaría en el mismo lugar le disipaba cualquier malestar físico. Sumida en esos pensamientos llegó al hotel, subió a su habitación, desempacó y entró en la ducha.

Mientras el agua caía sobre su espalda, ella fantaseaba con formas de verlo. Si los esperaría en el hall del hotel para encontrarlo por casualidad, o si averiguaría el número de su habitación e iría a tocar su puerta con una excusa tonta. ¿Se animaría a tanto?

Salió del baño envuelta en una bata y lo vio, ¡sí! ¡A ese hombre tantas veces soñado! En su habitación, de pie junto a la cómoda husmeando entre sus cosas… no creía lo que veía, enmudeció con el corazón a mil y los ojos grandes y abiertos clavados en él.

Mientras su mente se nublaba con un calor extraño y agobiante, él la miró con una tímida sonrisa en los labios. Se excusó torpemente por haber entrado diciendo que su habitación no estaba lista o algo así (ella lo escuchaba como en sueños, difuso, lejano, aturdida como se encontraba).

Y esa sonrisa lo invadió todo. El intruso no tardó en comprender el estado de ella, así que siguió con su recorrido visual por la cómoda hasta llegar a los perfumes. Tomó uno y dijo algo sobre Christian Dior, lo destapó y esbozó una teoría sobre el aroma de esos elixires, que huelen en el frasco distinto que en la piel. En seguida, se acercó a su aterrada espectadora y tomó su muñeca para rociarle Poison, se la llevó a la nariz y un brillo iluminó sus ojos claros. Aprovechando la falta de reacción de la mujer, tomó otra botellita, negra, intensa como los latidos que se aceleraban aún más, después de oler delicadamente la esencia de Black XS, la vaporizó sobre la otra inerte muñeca de ella, también la arrimó a su nariz fina, cerró los ojos con una sonrisa sardónica y un movimiento suave de la cabeza hacia un lado. Ella se creyó morir, o al menos desmayarse, por lo que echó su cabeza hacia atrás, movimiento que le posibilitó al intruso esparcir un tercer perfume bajo la oreja izquierda de su víctima:- “Bright Crystal! Este es el que mejor le queda!”, opinó luego de rozar apenas el cuello con nariz y dedos y dejarla, ahogada en un mar de sensaciones fuertes, placenteras e insoportables…

Lo último que ella vio antes de caer al suelo fueron esos labios elegantes, dibujando una sonrisa leve, esa mirada esquiva y esa mano grácil cerrando la puerta tras de sí.

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Música

Roberto

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El efecto prolongado que show de The Cure tuvo en mí me decidió a escuchar todos sus discos a fondo, cronológicamente, en un ejercicio de reconocimiento y análisis de cada uno de los sonidos, de las etapas del universo Cure. Escuché también colaboraciones, otras bandas relacionadas, lados b, shows en vivo de otras épocas con otras formaciones de la banda.

 

En el cumplimiento de mi plan, le llegó el turno a Kiss Me Kiss Me Kiss Me. Pasó entero una vez y, más allá de los temas que todos conocemos desde siempre (desde la infancia en mi caso), me llamó la atención una línea de bajo en particular. Puse de nuevo esa canción, listo, era mi nueva favorita. Quise escuchara otra vez, ahora prestándole atención a la letra, un poco. No me di cuenta de entrada, y menos por el título, pero cuando llegamos a eso de que “Three of them were dressed in rags/And thinner than air/And all six eyes stared fixedly on you”… ¡Baudelaire! No puede ser… seguí escuchando: “Until you Spoke and showed me understanding is a dream/I hate these people staring/Make them go away from here”.

 

“Los ojos de los pobres”, mi Baudelaire favorito hecho canción. Recordé el curso sobre Modernidad y Posmodernidad donde lo leímos, la lectura política del poema en prosa. Acá destacaba lo otro “And this is why I hate you/And how I understand/That no one ever knows or loves another”. Un movimiento posmoderno de apropiación, cita, intertexto. Un poema bohemio hecho canción pop, escondido en un disco doble, sin jactancias intelectuales, puesto casi al pasar.

 

Esa tarde fui tan feliz que escribí esto en mi cabeza, aunque el día para bajarlo a un texto concreto fuera hoy. How Beautiful You Are me había devuelto a ese yo que arrancó una carrera eterna para transformarse en lo que soy.

 

Feliz cumpleaños Roberto, y gracias.

 

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Música

Frida (Life tends to come and go)

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Luego de pensarlo mucho y decidir que comprar un siamés por el hecho de tener un gato de raza no era una opción, salimos en busca de un gatito para adoptar. Dimos con Mara, una señora que había rescatado a un gatito de la basura pero no podía quedárselo.

El veterinario nos dijo que era gata, tenía un mes, pulgas y parásitos. Fue a casa dentro de una bolsa de papel, durante el trayecto se quedó dormida sentadita, apoyando la cabecita en una de las paredes de la bolsa, por primera vez en mis manos, mi primera mascota.

Como aún no tenía dientes, tomaba una mamadera que le preparábamos con una mezcla de leche, crema, huevo y balanceado triturado. Mientras se calentaba, la entreteníamos y solía quedarse dormida, de tan bebé que era. Hasta que estaba lista su comida y se atragantaba bebiendo con un sonidito que jamás volvió a hacer de grande.

Teníamos una lista de posibles nombres, pero cuando ella llegó a casa ninguno le sentaba. Papá dijo: “tiene cara de Frida” y fue perfecto.

Frida, Fridi, Fruda, Fifi, Fifí, Fridita. Gata, gorda, loca, preciosa… ella respondía a cualquiera de estos vocablos. Sabía muy bien cuando se hablaba de ella, cuando hacía algo mal y se escondía o cuando había una posible “cosa rica” esperándola: no podíamos abrir una lata de arvejas sin que pensara que era para ella y nos siguiera maullando. El ruido a papel podía significar algo rico que le pudiéramos convidar o una pelota para jugar, ella siempre estaba atenta.

Nunca más una cucaracha sobrevivió más de unos minutos si osaba entrar en casa, desde que nuestra celosa guardiana creció lo suficiente como para cazarlas sin piedad. Las polillas mariposa no corrían mejor suerte, llegué a encontrarme algunas en mi cama, a modo de regalitos.

Cuando tenía alrededor de cinco meses tuvimos un accidente, la pisé y terminó en la veterinaria de urgencia. No fue más que un susto, pero jamás hasta entonces había sentido tanta culpa y tanta responsabilidad por un ser viviente. Esa noche me cambió, aún no sé que hubiera sido de mí salud mental si las cosas hubieran sido diferentes. Casi igual culpa sentí cuando la castramos y la vi indefensa por la anestesia. Un día cayó desde mi ventana por perseguir a una paloma, otro susto, apenas una patita fisurada que ni le vendamos (no se hubiera dejado).

Antes de que pudiéramos enrejar el balcón, me despertaba cada vez que se ella se subía a la baranda. No importa que tan dormida estuviera, el sonido de sus garritas en el metal me volvían a la vigilia de un salto. “Fridita, vení Fridi, bajate de ahí, vení por favor…” entonces ella bajaba y yo la perseguía haciendo ruido con un diario, tratando de disuadirla que volviera a intentarlo.

Un día quise ponerle un suetercito, casi se arranca la cabeza. No podíamos ponerle ni un collar, ni darle una pastilla y teníamos batallas memorables cada vez que había que salir de casa a la veterinaria. Vivíamos arañados, sobre todo yo. Jamás fue rencorosa o vengativa y siempre respondía a nuestros llamados. Le tenía miedo a mamá cuando la veía realmente enojada. Era muy divertido verla escondida con la cola baja esperado que todo se calme.

Tenía la boquita rosa, al igual que tres de sus almohaditas, y unos pelitos blancos en la nariz que a simple vista parecían un manchita de leche. Casi nunca maullaba, sólo cuando quería algo. Hacía, en cambio, muchos otros sonidos: el ronroneo, el gruñido gutural de enojo, el «rrrr» de alerta, un sonido agudo abriendo y cerrando rápidamente la boca cuando veía a las palomas.

Siempre fue juguetona, no sólo de chiquita, las pelotas, los reflejos hechos con un espejo, las cintas y las botellas vacías le generaban pasión. A veces jugábamos juntas, ella me corría y me manoteaba los pies. Luego me esperaba en esa posición graciosa que hacen los gatos, de costado con las patitas juntas y estiradas, la cola y las orejitas en alto.

Ella era mi alter ego, la primera foto que usé en cada red social, en cada nuevo celular o fondo de pantalla, a ella refieren mis contraseñas. A veces mis padres decían “Gigí” para llamarla a ella o “Fifí” para llamarme a mí, a veces se les escapaba un “hija”. Le dediqué muchas cosas, entre ellas, un cuento.

Una mañana desperté con ella en mi pecho, se incorporó, se acercó a mi cara y dijo “vos vas y venís”, luego bajó de la cama y yo desperté, esta vez al mundo real. Ella me miraba desde la alfombra, esperando a que me levante. Desde entonces, esa frase me persigue, tanto, que hasta Morrissey la dijo la primera vez que lo vi.

Cuando Frida cumplió 12 años me puse a pensar. Ella era tan fuerte que seguramente viviría bastante, pero iba a empezar a ponerse viejita, ya no jugaba como antes, tal vez empezara a perder algún dientito o a dormir aún más… pero el cáncer la mató apenas cumplidos los 13. Jamás imaginé que el final sería tan rápido, tan cruel.

Ahora me siento desamparada, porque ella estaba conmigo siempre. Todo, excepto mi familia, cambió desde que la llevamos a casa hasta hoy. Otello llegó y nos dejó, Tiziano aún es nuestro bebé. Pero desde mis 17 a mis 30 años, casi nada más está en pie. Ella estuvo en todas mis crisis, con su presencia mágica. Ella me veía llorar, permanecía a mi lado en la cama o se acercaba con su ruidito gutural hasta mi cara, como preguntando qué me pasaba. Ella aún estaba ahí cuando empecé a llorarla, conciente de su enfermedad y del poco tiempo que nos quedaba juntas.

Ahora lloro otra vez, pero sin poder consolarme en sus ojos verdes o frotando esa panza hermosa, o hablándole, porque ella siempre escuchaba. Desde bebé que le hablamos mucho, solía seguir a mamá de un lado a otro a lo largo del día. Sólo en los últimos tiempos se volvió más dócil, pero su compañía era permanente. Era una fiera amable, a la que le gustaba estar acompañada en su independencia y que me toleraba un poco más a mí porque sabía que nos pertenecíamos.

No sé como despedirla, como adaptarme a su ausencia, como lidiar con el dolor de despertarme y no verla, salir de casa y que no me despida en la puerta, llegar y que no esté para saludarla. Quisiera romper todo y empezar de nuevo, quisiera quedarme en la cama indefinidamente, con todo apagado y los sentidos desconectados. El mundo real no lo permite, entonces trato de seguir a la vida implacable que no se detiene.

Mick Karn le dedicó un capítulo de su autobiografía a su gatita. Kashmir Karn vivió 18 años junto a su dueño y su historia me hizo ver lo duro de los días por venir, con Frida en decadencia. Tomo el tema de Kashmir para homenajear a mi Frida, para velarla con música y tratar de darle sentido al dolor, algo que hacemos los humanos.

Frida

01/03/2000-14/05/2013

Riquiescat In Pace

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Música

Mi imperio de mugre (sobre “Hurt”)

Esto, a oscuras.

Como antesala del horror

Que nada tiene que ver

Con el cine clase B

Ni con cuentos, ninguna ficción.

El terror es real

Y doloroso.

Esto, casi a oscuras

Como un preámbulo a lo inevitable

O un canto fúnebre a lo perdido.

Hoy me lastimé,

Para saber si aún siento.

Porque no sé qué pasó ayer

Ni como, ni cuando pasaron tantos años.

Esto, en la penumbra

Como signo fatal

De la pregunta inevitable

¿Es aún posible empezar de nuevo?

Bonus track: Ese preciso momento…

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Ficción, Música

Your paint, the river

Siesta

Te tiraste en el sillón

El sopor nos iba ganando a los dos

Afuera el frío

Lo adivinábamos por las ventanas empañadas.

Te tapaste, yo apuré otro sorbo de cerveza

Me invitaste a ir con vos

Un gesto con la mano, sobre tus piernas.

Antes de obedecer, una canción.

Water Lily

Freedom…

Ya dormías.

Me acomodé a tu lado, te abracé

Apoyé mi cabeza en tu espalda

Mis piernas entre las tuyas.

Your face

Sin expresiones, la quietud del sueño

Tu respiración como arrullo

Y subtexto de la melodía

Fade-out de mis sentidos

Una certeza final

Antes de rendirme

I am not alone

Texto originalmente publicado en Later Ego

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