Ficción, Relato en serie

Amor descartable

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1

Me comió la boca, el cuello, el resto. Nada de lo que percibí al verlo acercarse, un rato antes en El Living, me hizo pensar que pudiéramos terminar así.

Todo empezó durante una charla en la que hablábamos de evadirnos del mundo mediante las canciones. Mientras, en la pantalla, una chica rubia se pinta los labios frente al espejo de un baño que podría ser tranquilamente el del bar en el que nos encontramos ahora; por los parlantes, Jarvis canta eso de “Deborah, do you recall?”

En realidad, empezó antes. Sonaba Ziggy Stardust y yo fingía charlar con Cecilia, pero lo cierto es que cantaba y seguía cada uno de los movimientos del clip. Me recuerda a Morrissey, debería usarlo como ejemplo de lo que fue ver a Morrissey, ahí adelante, como los chicos del video, con los chicos del video, peleando por la vida, pero con un ídolo lejano, inalcanzable. Nada de mosh con Moz, nada de soñar con tenerlo enjaulado.

Él nos vio y caminó hacia nosotras para hablarnos, porque nos hablaba a las dos, pero era evidente que venía por mí. Decidió el momento justo, nos había observado por un rato, hasta que supo que yo podría ver en él algo de lo que me mostraba la pantalla. Aprovechar el parecido, acudir al recurso del sustituto, jugarla a ser el deseado, él el deseado. Engañarme, o ayudarme a que me crea el engaño. Mi propio cuento.

Yo me reí de él, de la situación, de la sonrisa entre nerviosa y divertida de mi amiga. Y decidí seguir su juego, se lo presenté a ella como “el guitarrista del video que pasó recién”, – ¡Wow! – ¡Un rockstar! ¡Acá! – ¡Vamos a comprar un trago!

2

Vuelvo en el 152, luego el 22 y un remis por 15 cuadras hasta la puerta de casa, en Quilmes. Fue raro saltearnos el desayuno, esas dos cuadras a las corridas hasta La Madelaine, escapando del frío matinal y de los borrachos, el ritual de esperar juntas el 152, cada una en su vereda, para su lado, que ambos lleguen al mismo tiempo y saludarnos con la mano antes de que nos tapen, antes de subir y dar por terminada la noche. Nuestras noches de chicas en las que rebotamos giles entre risas y nos cubrimos la espalda con miradas cómplices. Fue tan raro que decidiera saltar todos esos códigos y subir al taxi con él. Pero la entiendo, hace meses que está sola, que llora por los rincones, que intenta levantar la frente luego de que ese chico ideal que parecía amarla más que a nada en el mundo la dejara por otra. Por una que no vale la pena, pero así son los hombres. Aún él es así. Es más, si él es así, lo son todos, ya no tengo dudas de eso. No la culpo, una noche con un viejo… todas pasamos por ahí. El yanqui tiene guita, seguro la están pasando bien. Los yanquis vienen a pasar una temporada tentados por el cuento de la carne argentina. Un mito, como todo. Pero quieren probar, piensan que pueden comprar cualquier cosa con sus credit cards. Seguro que nunca agarró una guitarra en su vida, pero dijo que era músico y ella decidió creerle. Comprendo que haya querido comerse ese buzón, a ella le gustan los músicos, nunca salió con un no músico, creerle le dio seguridad. Necesitaba hacerlo, o pretender que le creía. Los corazones rotos funcionan así. Pero es tan raro, ella que nunca dio el brazo a torcer, está ahora con un viejo que se dice guitarrista, con pasado de gloria y presente de pirata que ya no tiene redención posible.

3

Subo al taxi tapándome la cara, el sol del mediodía me lastima las pupilas, tengo un recuerdo blureado de la noche anterior y una extrañeza aún mayor por lo que acaba de pasar.

¿Alguna vez despertaron en una cama extraña pensando que es la propia y sintieron un terror primitivo, visceral, al comprobar que no lo era? Así me sentí esta mañana, cuando desperté en la cama de un hotel céntrico, a su lado. Él aún dormía, desamparado de sus máscaras, supe más de él en ese momento que por todas las historias que me contó y que grabé a escondidas con mi celular. No debí hacer eso, no puedo publicar algo que no fue consensuado, no tengo una entrevista, tengo resaca, una tenaza que me oprime las sienes. Eso tengo. Nada más. Él ya obtuvo lo que quería así que ni vale la pena que intente nada. Mejor me voy.

Mientras pensaba todo esto, él despertó, giró en la cama, me vio, sonrió al comprobar que yo seguía ahí, o eso quise ver en su media sonrisa de labios cerrados. Me dijo que deberíamos desayunar y le dije que sí con una respuesta predeterminada, idéntica a la que le hubiera dado a cualquier otro comentario. Me metí en el baño, escuché que ordenaba algún servicio a la habitación en un inglés espantoso y abrí la ducha.

Cuando salí, limpia y algo más despejada, lo primero que vi fue la bandeja de hotel con una tetera de hierro, una taza, azúcar y edulcorante en sobres y un par de medialunas en un plato. Antes de levantar la vista, me llamó la atención el hecho de que hubiera una sola bandeja individual para un desayuno de dos… enseguida comprobé que él ya no estaba. Estaban sus cosas, su ropa, sus valijas, pero faltaba su abrigo y sus anteojos de sol. Me dejó el desayuno. Lo tomé, dejé mi tarjeta sobre la mesita y me fui.

No sé porqué le dejé esa tarjeta. No va a llamar. Y se me parte la nuca, es domingo, se está nublando, mejor dormir, no quiero pensar más hoy.

4

¡¿Para qué la llamé?! No sé que tanto crédito darle a esas palabras entrecortadas entre sueños de alplax. Debe haber sido terrible y me dice que fue genial para que no me preocupe o para que ya no sienta tanta lástima por ella. No puede ser verdad que la pasó bien, si fuera así estaría contenta y me habría llamado para contarme TODO, eso hacen las amigas, ¿no? Se debe dar cuenta de lo que pienso y me miente. Mañana la visitaré, veremos una peli, pediremos helado, se ablandará y me contará qué onda el viejo.

5

Es lunes, llego a la oficina. Como cada mañana, abro las cortinas mientras se prende la compu. Calefactor, vaso de agua, mi almuerzo en la heladera. Me siento, abro Facebook y no me sorprende encontrar su nombre. No llamó, pero me manda su solicitud de amistad. Acepto, chateamos. Me pide una noche más, se irá mañana. Le digo que sí y le pido una entrevista. El tono de él es de conquista, el mío, de negociación.

Me suena el celular, es él. Su tono es similar al de Dave Gaham en Enjoy de Silence. Me está esperando en la puerta del laburo. Por suerte me quedé sola y no tengo que explicarle nada a nadie. Nos sentamos a tomar un café y charlar. Esta vez grabo todo sin ocultarlo. Me cuenta más cosas de una forma mucho más abierta que la primera noche. Me da el mail de su agente para que le pida las fotos de prensa en alta que acompañarán la nota.

Ahora, mi parte del trato. Nos vamos, taxi, besos, cena, hotel. Y todo otra vez, calcado del primer encuentro, hasta el desayuno. Un deja vu con más melancolía que emoción.

Y una vez más, el sol me lacera los ojos hasta que subo al taxi. Pero sin la bruma del alcohol en sangre no hay excusas que diluyan el sabor amargo de terminar así.

6

– Boluda, ¡ni un mensaje me mandaste! ¡Me preocupé!

– No pasó nada, ya te dije…

– ¿Y qué vamos a hacer con esos ojos tristes, eh?

– Nada, ya sabés que son así desde antes de nacer.

– Si, ya sé, como dice la canción…

– Ajá.

– Che, ¿a dónde vamos hoy?

– No sé… ¿Al Living?

– ¡Dale!

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Perfumes

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Las 11 horas de avión fueron agotadoras, pero el rumor de que él se alojaría en el mismo lugar le disipaba cualquier malestar físico. Sumida en esos pensamientos llegó al hotel, subió a su habitación, desempacó y entró en la ducha.

Mientras el agua caía sobre su espalda, ella fantaseaba con formas de verlo. Si los esperaría en el hall del hotel para encontrarlo por casualidad, o si averiguaría el número de su habitación e iría a tocar su puerta con una excusa tonta. ¿Se animaría a tanto?

Salió del baño envuelta en una bata y lo vio, ¡sí! ¡A ese hombre tantas veces soñado! En su habitación, de pie junto a la cómoda husmeando entre sus cosas… no creía lo que veía, enmudeció con el corazón a mil y los ojos grandes y abiertos clavados en él.

Mientras su mente se nublaba con un calor extraño y agobiante, él la miró con una tímida sonrisa en los labios. Se excusó torpemente por haber entrado diciendo que su habitación no estaba lista o algo así (ella lo escuchaba como en sueños, difuso, lejano, aturdida como se encontraba).

Y esa sonrisa lo invadió todo. El intruso no tardó en comprender el estado de ella, así que siguió con su recorrido visual por la cómoda hasta llegar a los perfumes. Tomó uno y dijo algo sobre Christian Dior, lo destapó y esbozó una teoría sobre el aroma de esos elixires, que huelen en el frasco distinto que en la piel. En seguida, se acercó a su aterrada espectadora y tomó su muñeca para rociarle Poison, se la llevó a la nariz y un brillo iluminó sus ojos claros. Aprovechando la falta de reacción de la mujer, tomó otra botellita, negra, intensa como los latidos que se aceleraban aún más, después de oler delicadamente la esencia de Black XS, la vaporizó sobre la otra inerte muñeca de ella, también la arrimó a su nariz fina, cerró los ojos con una sonrisa sardónica y un movimiento suave de la cabeza hacia un lado. Ella se creyó morir, o al menos desmayarse, por lo que echó su cabeza hacia atrás, movimiento que le posibilitó al intruso esparcir un tercer perfume bajo la oreja izquierda de su víctima:- “Bright Crystal! Este es el que mejor le queda!”, opinó luego de rozar apenas el cuello con nariz y dedos y dejarla, ahogada en un mar de sensaciones fuertes, placenteras e insoportables…

Lo último que ella vio antes de caer al suelo fueron esos labios elegantes, dibujando una sonrisa leve, esa mirada esquiva y esa mano grácil cerrando la puerta tras de sí.

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Sweet Sixteen

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Sus familias se hicieron amigas desde antes que ellos nacieran, a todos les resultó natural que decidieran compartir gastos para pasar enero en la costa. Alquilaron un chalet donde entraban cómodamente Laura con sus padres y Juan, con los suyos.

Los chicos se conocían de toda la vida, pero no se podría decir que crecieron juntos, ni siquiera que alguna vez habían hecho algo en común, la diferencia de edad lo había impedido. Así que esas vacaciones serían la primera oportunidad que tendrían de compartir tiempo juntos, conocerse de verdad.

Laura tenía 16 años recién cumplidos, Juan tenía 22. Para ella, el hijo de sus “tíos” era un Adonis (así lo llamaba ella en su diario íntimo, plagado de referencias a la mitología griega, una de sus grandes pasiones). La emocionaba la idea de compartir un espacio con él por un mes y lo que ello implicaba: verlo a diario, saber cómo es uno de sus días, poder observarlo comer, caminar, beber, cebar mate, hablar con él.

Para Juan esas vacaciones eran parte de un trato con sus padres: iría con ellos, se comportaría, maduraría, dejaría de lado las borracheras que lo arrastraban hasta quedar inconsciente, de tomar pastillas, de fumar marihuana… pero a cambio de todo eso, sus padres dejarían de hostigarlo con la carrera de ingeniería y podría ser músico, finalmente.

Cuando ambas familias llegaron al chalet y estacionaron sus autos, se instalaron y aclimataron, todo fue según lo planeado: días de sol en la playa, almuerzos y cenas para seis, desayunos frutales y mates al atardecer. Cine y juegos de cartas los días grises, trasnoches de zapping y algunas caminatas por el centro de la ciudad costera.

Los “chicos” no se llevaban mal, para alivio de sus padres. Juan hizo un esfuerzo para no aburrirse al compartir tiempo con una chica que aún va al colegio. A los pocos días descubrió que no era tan malo y que si bien no tenían mucho en común, ella no era ni tonta ni caprichosa. Laura aceptaba su música y ambos se turnaban amablemente para la elección de pelis y gustos de helado.

Laura jamás hubiera osado contradecir a Juan. Habría hecho todo por complacerlo. No guardaba ni la menor esperanza de que se fije en ella, sabía que ni sus rulos ni su estatura, más bien baja, serían atractivos para él. Se contentaba con no fastidiarlo, con verlo sonreír. Y agradecía el poder estar cerca de su “Adonis” de piel dorada, cuyos rasgos al sol y su pelo echado hacia atrás se parecían tanto a los de James Dean en “Giant”. Un semidiós griego, que a la luz de la luna se tornaba algo lánguido, con un aire dulce y desamparado, a lo Jeff Buckley. Era, simplemente, un clon de James Franco a los ojos de Laura.

Un sábado, los mayores decidieron salir a “reventar la noche” –sus hijos sentían vergüenza ajena al escucharlos expresarse así- pero no dijeron nada. Ambos se fueron a dormir temprano, agotados luego de una tarde de varios rounds contra el mar.

Laura se despertó a las siete de la mañana siguiente, cuando un rayo de sol que se filtró por la persiana se ubicó persistentemente en su nariz. Tomó un baño teniendo cuidado de no hacer demasiado ruido, no quería ser causa de nada que pudiera molestar a Juan. Reprimió las ganas de cantar bajo la ducha pero, a cambio, se deleitó recordando la tarde anterior, a Juan bañado por las olas, corriendo, nadando, riendo, haciéndole bromas. Una vez seca y peinada, se puso su bata y se dirigió a su habitación a vestirse. Siempre con cuidado, sin hacer ruido, cerró la puerta tras de sí. Al volverse encontró a Juan recostado en su cama. La sorpresa la dejó muda y petrificada contra la puerta.

Él sonrió, mirándola.

Ella se aflojó, atinó a sonreír e intentó una broma, pero no supo qué decir.

Él rió como si hubiera escuchado una ocurrencia brillante, se levantó y fue hacia ella, que no hacía más que mirarlo, embelesada.

Juan levantó a Laura en sus brazos y la depositó sobre la cama. Luego, se sentó a su lado y se sacó la remera en un solo movimiento. Ella ahogó un gritito entre sus manos.

Él la miró fijo, pero sin rudeza. Tomó sus manos y las alejó de su boca. Con suavidad, desató el nudo de la bata y, muy despacio, corrió la tela hasta dejar al descubierto el cuerpo desnudo y tembloroso de «Laurita».

Ella no puso objeciones, se quedó quieta y silenciosa mirándolo, extasiada.

Él acarició sus brazos, sus piernas, su cintura, besó sus pechos, su ombligo. Pasó sus manos por los hombros, las caderas, los pechos otra vez. Ella ahogó otro gemido cuando sintió la lengua de su ídolo rozándole el clítoris.

Luego del orgasmo (Laura no pudo ahogar ese grito), Juan se levantó lentamente, agarró su remera y se alejó dejando a la chica alterada, vulnerable y confundida. Mientras bajaba la escalera le dijo: – Vestite tranquila, yo mientras preparo el desayuno.

Cuando los padres de ambos regresaron, pasadas las ocho, los chicos estaban en la cocina, con sendas tazas de té y tostadas con mermelada, mirando videos en VH1, riéndose del look de Billy Idol.

Las madres besaron a sus hijos mientras preguntaban si habían dormido bien. Los padres apenas atinaron a decir “hola” y sonreír antes de subir a desplomarse en sus camas.

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Morrissey is coming to town | Parte 1: La noticia

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Escribo esto aún en estado de shock. Me parece que pasó un segundo y una eternidad entre el viernes (cuando todo esto empezó) y este momento, en plena Mozmanía desatada, con las fechas confirmadas y esperando ansiosamente el temita de las entradas.

El viernes estaba por salir a trabajar, tenía todo listo y agarré el celu como última cosa antes de partir. Entonces, veo que tengo un mensaje, éste me indica que tengo que llegar media hora después de lo pensado, aprovecho para chequear Twitter otra vez y… no lo creo. Veo un tweet en inglés que dice Morrissey, Argentina y un link, entro y veo esto:

Desde ese momento todo lo que pasó durante estos días estuvo teñido de la ansiedad permanente por novedades, confirmaciones y un golpeteo constante sobre la tecla F5.
No paro de hablar con fans, con melómanos, con curiosos, de compartir las novedades, discutirlas… hice y deshice mil veces en mi cabeza todos los planes posibles para los próximos días.

Pero por ahora me quedo con la sensación de ese primer impacto de la posibilidad, la esperanza real y concreta de verlo. Una canción que me gusta mucho en estos días, dice en uno de sus versos: “Another disaster only tells me it’s true”. La recordé en ese momento porque pensé en lo bien puesto que tiene el nombre mi blog, cuando el viernes a las 7 de la mañana, casi por casualidad, me llegó la gran noticia y no pude hacer más que llorar, tirada en mi habitación, apenas leer en True To You la palabra “Argentina”.


Nota: pretendo volcar en el blog todo lo que (me) vaya pasando a partir de esta visita, pero intentaré no aburrirlos mechando con otras cosas melómanas.

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I dreamt about you last night | Oníria Melómana 2

Estábamos los dos en una casa húmeda y oscura, debíamos irnos pronto y yo trataba de empacar mis cosas rápido pero sin dejar nada. Él me hablaba, luego salía, luego volvía. Mientras, fumaba y canturreaba o habría la heladera en busca de algo que lo entretuviera.

Cualquiera podría pensar que estábamos en una casa abandonada, pero entonces apareció su (¿único?) habitante: un hombre mayor y malhumorado nos grita que nos vayamos pronto. O algo así. Lo reta a él por tomarse su cerveza y yo intento apresurarme, pero me doy cuenta de que cada vez acumulo más bolsos y empiezo a preguntarme como haré para llevármelos.

Él sale para no escuchar al viejo al tiempo que yo empaco mis últimas cosas tratando de ahorrar espacio. El dueño de casa, ya calmado, me habla en buenos términos. Me doy cuenta que aunque se dirigía a los dos con sus reproches lo odia a él, no a mí. Entonces, él vuelve a entrar, despreocupado, revoloteando como en el video que ilustra este post. El viejo gruñe y se va a la cocina. Yo me doy cuenta que tendré que arreglármelas sola, él no va a ayudarme a cargar nada. Empiezo a pensar en dejar algo, o en amontonar las cosas sin cuidar de que no se arruinen.

Él revolotea otra vez, yo apretujo objetos en los bolsos, el viejo pasa y refunfuña. Entonces me doy vuelta y él me abraza. Podría imaginar que me diría algo referido a que no me preocupara o al menos que me ayudaría, pero no me dice nada, sólo me abraza. No sé si fue un instante o si fue eterno, o si el tiempo de los sueños es otro. Él dice algo para si mismo o para alguien más que es invisible o sólo existe en su mente, y vuelve a salir.

 

Hasta ahí mi sueño. Lo que más recuerdo y me llama la atención es que lo soñé en colores lavados. Como si fuera un viejo film en blanco y negro que fue coloreado y desgastado luego. Toda la atmósfera del sueño estaba contaminada por una melancolía romántica (me refiero al romanticismo como movimiento artístico), bohemia y gris. Inconsolable. Todo sucedía en un tiempo suspendido que no era este ni ningún otro. Soñé una Medianoche en París sin color. Seguramente porque mi película no estaba ambientada en la ciudad luz sino en Albion.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hoy el post no es tanto sobre las canciones, mejor las canciones acompañan, ambientan, son la banda sonora del post. Y elegí todas de Babyshambles, The Libertines merece su propia entrada.

 

 

 

Bonus Track 1: Albion

 

Bonus Track 2: Lost art of Murder

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Lonely planet girl | Parte 3: A Different Place

Luego de redescubrir a Suede no tardé en advertir que su cantante, Brett Anderson, ese de mi fotito de diario, tenía una carrera como solista que ya contaba con tres discos (que ahora son cuatro). Primero escuché el hit Love is Dead y las cosas que subió a su canal de YouTube. Luego, en mi primera visita al Patio, me encontré uno de sus discos, el segundo, Wilderness. Según había leído, todo lo había hecho él, composiciones, letras, había tocado los instrumentos, cantado. Sólo lo acompañaba un cello y una invitada para un par de estrofas de Back to You.Brett Anderson

Me enamoré del disco nada más con el primer suspiro: one, two, three, four… y la entrada del cello: A Different Place tiene todo para integrar mi lista de favoritas. Su atmósfera, su temática, su poesía y esa voz ya amada junto a un tratamiento íntimo, despojado y emocional.

Es un tema tan inglés que me compró con un solo verso. Todo el disco lo es. Pero hay algo en esta canción que me remitió a Dowland o Purcell y a todos mis amados ingleses. ¿Puedo tratar de explicarlo? La última estrofa dice:

They looked like confetti on her

Beautiful face

Lo normal sería:

They looked like confetti on

Her beautiful face

Pero Brett lo canta de la primera forma, dejando el “her” casi como un suspiro, nada más inglés, nada más cautivante.

Y así, estos son los pensamientos que me llevan a un lugar distinto… que otra vez está en mi mente, llena de música y palabras.

Bonus Track 1: seguramente muchos conocen las canciones de Dowland (S.XVII), al menos en esta versión:

Bonus Track 2: aunque yo prefiero esta:

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My private world | Parte 2: In My Place

Coldplay es una banda de los 2000, una de las pocas que obtuvo mi atención a pesar de ser “nueva”. Su tono melancólicamente inglés daba conmigo, a su vez, era fácil y circulaba. Quedó ligada a los primeros años del nuevo siglo, a mi primer noviazgo y a la, primera también, separación.

En tiempos de Travis (muy indies para mí en ese momento) y de Keane (muy símil-Coldplay), Parachutes y A Rush of Blood in the Head eran lo mejor que te podía pasar: muy buenos discos que llegaban a mucha gente, podía compartir con mis amigos de entonces esas canciones.

En esa era de mi vida, previa a mis Smiths, Chris Martin fue la voz de mi corazón desamparado. Y pude linkear una de sus canciones, mi favorita por esos días, con mi universo Beatle. Eso de que hay un lugar propio, aunque sea imaginario. Y experimentar por primera vez también, cómo es eso de llorar masoquistamente, desparramada en la cama, mientras esas canciones suenan una y otra vez, en los auriculares o en la mente.

Bonus Track: Y de esas canciones que quedan en el olvido salvo para traer a la memoria algún momento vivido, tenemos esta, de la cual el video es lo mejor:

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Mi mundo interior | Parte 1: There’s a Place

Tal vez esta haya sido la primera canción que me salvó la vida a partir de su letra.

The Beatles

Cuando me hice fan de los Beatles, me desvivía por encontrar cada significado de cada cosa que hubieran dicho o escrito. A veces me costaba mucho encontrar algo que tuviera alguna relación con lo que me pasaba, y muchas letras no me decían nada… era muy joven. Pero There’s a Place me habló directo a mí, casi como ninguna otra hasta entonces.

Yo, hija única, solitaria, sin amigos reales, imposible no identificarme con la idea de que hay un lugar donde se puede ir, cuando uno está bajoneado y triste. Y ese lugar es la propia mente, donde no hay tiempo.

Mil veces me refugié en mi misma, me conté historias para distraerme de mi dolor. Esta canción habla de eso.

Nota: Este post es el primero de una cadenita de (hasta ahora) tres eslabones.

Bonus Track: Este video me hizo reencontrar con mi amor por los Beatles. Otra vez una profunda identificación: ellos, como los amigos o como los padres, están siempre. Y son una experiencia compartida. Por eso comparto esta hermosura, vale la pena.

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